Se dejó caer sobre la silla. Pareciera que su cuerpo grande de por si estuviera soportando un peso enorme. Se le notaba cansado, como si hubieses hecho una larga caminata bajo el sol. Al principio no dijo nada. Quizás medía las palabras ó quizás sencillamente no encontraba las que creía apropiadas. Las arrugas señoreaban el entrecejo habitualmente distendido. No eran esas arrugas que como cicatrices te va dejando la edad,sino surcos por los que corrían a raudales las preocupaciones. Encendió un cigarrillo, nada extraño en él, aspiró profundamente la primera bocanada de humo, como si tragase su propia frustración su propia angustia. Tomó coraje y comenzó a hablar, primero como pidiendo disculpas por las malas nuevas, luego con el dolor de quien se ve impotente de cambiar la realidad. Me bastaba verlo para entenderlo, sabía lo que sentía en cada célula de su voluminoso cuerpo. Esa sensación de ira que te sacude por dentro y te hace un nudo en el estomago y otro en la garganta. Podía sentir su cansancio medular que nació de reprimir el grito de protesta, de soportar lo insoportable por tan solo no reaccionar ante la injusticia. Guardar silencio ante el atropello infundado una muestra de debilidad para el ignorante una muestra de entereza para el inteligente. Pero cuan difícil es callar cuando los golpes van dirigidos a quien no tiene oportunidad de defenderse y más duelen aún cuando golpean a quienes estimamos. Sentimos entonces crecer dentro nuestro la bestia, el animal iracundo que está dispuesto a destrozar al cual sólo las cadenas de la razón y el buen tino pueden dominar, pero es una lucha larga que extenúa y desgasta. Entonces callamos y soportamos sabiendo que la verdad siempre relucirá entre las negras nubes de la mentira infundada. Pero no por ello dejamos de sentirnos mal, es nuestra naturaleza humana. Puedo sentir que la distancia que establece el escritorio es ínfima ante los afectos y respetos que se profesan. Una relación hombre mujer que trasciende el plano físico, el intelectual, el laboral…va más allá de todo ello, se hunde en las raíces mismas de lo que llamamos “química” en un vano intento de definir algo que no comprendemos en toda su magnitud. No me siento molesto por quedar afuera de ese diálogo de almas, por lo contrario me da tranquilidad. Saber que quien queremos es querida así enaltece y te hace henchir el pecho de orgullo.
De a poco el hombre cansado va adquiriendo vigor, ya no teme haberse equivocado aún en el acierto, se siente perdonado aunque no tenga necesidad de ser perdonado y vuelve a ser él mismo. Lo miro, pienso, y me doy cuenta que su hombría va más allá de la del macho alfa, de la imposición y del querer ser. Su hombría nace de sus propias convicciones, de sus certezas, de sus principios. Y en verdad, su pesada figura se hace más grande aún ante mis ojos, algo que sólo lo puede lograr cuando miramos convencidos de que alguien es merecedor de nuestro mayor respeto.
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